viernes, 2 de octubre de 2009

Literatura argentina: grupos de Boedo y Florida

A fines del siglo XIX comenzó a reflejarse en la literatura argentina la tendencia anárquica que caracterizó a esa época de inmigración constante y de dificultades económicas. Como sucedió un siglo después con otros autores, algunas obras eran consideradas como literatura de izquierda porque señalaban las presiones soportadas por los sectores de menores recursos: obreros y desocupados, personas perseguidas cuando se organizaban para defender sus derechos.
1922: Grupo de Boedo...
Así surgió en 1922 el denominado Grupo de Boedo que tuvo como padrino a Nicolás Olivari (quien fue uno de los primeros en alejarse), ya que según lo expresado por Elías Castelnuovo en 1930:
“...a él se debe la promoción del grupo. Porque él me buscó a mí y a Barletta y entre los tres lo fundamos.”
Boedo y Florida...
En el diario La Prensa, Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo, más conocido como Jorge Luis Borges, refiriéndose a esa agrupación y al Grupo de Florida, escribió “que la primera se dijo ser de Boedo y que a la segunda le dijeron ser de Florida” destacando que “los de Florida debieron esa cortesana designación a una habilidad de sus adversarios”. En realidad, lo expresado por Castelnuovo a fines de la década del ’20 explica tal circunstancia: “...yo bauticé a los de Florida. Los de Florida se llamaron así porque así le pusimos nosotros. Ni siquiera los dejamos escoger nombre...”
Una anécdota aproxima a la interpretación de las relaciones entre ambos grupos ya que “Alberto Pinetta recuerda en su libro Verde memoria que fue el editor Antonio Zamora el de la ‘feliz ocurrencia’, cuando, de acuerdo con Castelnuovo, mandó ‘pintar un enorme letrero’ que contenía esta lacónica pero significativa inscripción: Boedo contra Florida.
El humorista Arturo Cancela propuso una vez fusionar ambos grupos bajo la común e híbrida denominación de Escuela de la calle Floredo”, aludiéndose así a la céntrica calle porteña donde se manifestaba la influencia del estilo de vida en las capitales europeas, en contraste con el barrio de Boedo, con sencillas viviendas de obreros e insoslayables signos de carencias...
1924: Disidencias e intentos fallidos...
El 25 de julio de 1924, Roberto Mariani publicó en el periódico “Martín Fierro” una carta abierta titulada Martín Fierro y yo. Enseguida se generó la reacción del grupo de Boedo con vehementes polémicas. En ese tiempo, Jorge Luis Borges ya había puesto en marcha la edición de la revista Proa (2ª época, primer número publicado en agosto de 1924) y eran codirectores Alfredo Brandán Caraffa, Ricardo Güiraldes y Pablo Rojas Paz. Aparentemente desde Proa pretendieron “crear un ‘frente único’ entre las distintas tendencias de la misma generación”.
1925: opiniones contundentes...
Un año después, en la revista La Campana de Palo - Quincenario de actualidades, crítica y arte-, afirmaron: “...Pasemos al otro grupo, al de Boedo. No existe sencillamente. Todo él queda reducido a dos nombres: Castelnuovo y Barletta... un escritor no hace grupo. Boedo no existe.”
“En enero de 1926, el nº 117 de Los Pensadores publica un editorial titulado ‘Nosotros y ellos’, que implica la más clara definición del grupo de Boedo y debe considerarse como su manifiesto: ‘La cuestión empezó en Florida y Boedo. El nombre o la designación es lo de menos. Tanto ellos como nosotros sabemos que hay algo más profundo que nos divide. Una serie de causas fundamentales fomentaron la división. Excluidos los nombres de calles y personas, quedamos en pie lo mismo, frente a frente, ellos y nosotros. Vamos por caminos completamente distintos en lo que concierne a la orientación literaria; pensamos y sentimos de una manera distinta. Repitamos que ellos carecen de verdaderos ideales. Fuera del presunto ideal de la literatura, no tienen otro ideal. La literatura no es un pasatiempo de barrio o de camorra, es un arte universal cuya misión puede ser profética o evangélica”.
“En agosto de 1926, Jorge Luis Borges afirmaba que ‘demasiado se conversó de Boedo y Florida, escuelas inexistentes”; pero “en 1928, en un artículo publicado en La prensa titulado ‘La inútil discusión de Boedo y Florida’, más allá de sus conclusiones... parece aceptar la existencia de los dos grupos y su polémica.”
Cerca del ocaso...
Durante la presidencia del doctor Marcelo Torcuato de Alvear, “mientras el radicalismo es una nueva versión del liberalismo, los intelectuales de izquierda y de derecha cuestionan al liberalismo, pero sin superar sus propias limitaciones de origen pequeño burgués. La falta de tensiones con que la realidad es aprehendida, hace posible la eventual lenidad y transigencia de las posturas y la permeabilidad de los grupos enemigos. Además, en la camaradería sin distingos del oficio se trata de paliar la soledad de los escritores en una sociedad mercantilizada que los posterga inexorablemente”, escribió el profesor Carlos Giordano a mediados de la década del sesenta.
Discusiones necesarias...
En las declaraciones de Castelnuovo de 1930, aparece esta afirmación: ‘tanto Boedo como Florida sirvieron de pretexto para iniciar una discusión que por entonces era necesaria. Muerta la discusión, ambos grupos pasaron a la historia’.
Esta afirmación resulta un tanto exagerada, pero de todos modos subraya una circunstancia muy peculiar que permitirá luego llegar a conclusiones importantes: más que definirse por sí mismos, los dos grupos, en particular el de Boedo, se definen por oposición de uno respecto del otro.
Allí se apoya esa extraña dependencia mutua y la constante necesidad de ‘tenerse en cuenta’ que a veces ha sorprendido a los críticos e historiadores de nuestra literatura.
Ya en 1924 Barletta había redactado (llevaba las firmas de Barleta y Olivari) un cartel que tenía por título “¿Con Gálvez o con Martínez Zuviría? Este cartel se pegó por las calles y -entre otras cosas- decía: ‘Hacemos realismo porque tenemos la convicción de que la literatura para el pueblo debe ser sincera, valiente; debe contener la nota agria de la verdad dicha sin limitaciones y el sollozo sordo de la miseria y del dolor”. Anunciaban su propia revista ‘donde los escritores que hicieran sano realismo enfrentarán a los que viven de la literatura falsa, romántica y hueca’. Esta especie de manifiesto terminaba así: ‘Nuestro lema es continuar haciendo la revolución en los espíritus. A la literatura de Martínez Zuviría, que falsea la vida y el amor, le contraponemos la obra del gran novelista Manuel Gálvez, y de Héctor Pedro Blomberg, Juan Pedro Calou, Olivera Lavié y de un sinnúmero de escritores audaces y valientes que han querido decir su pequeña o grande verdad. Como vemos: una definición por oposición a un contrario cuyos defectos sirven como punto de partida para estructurar en líneas muy generales un programa diferente y mejor. Claro que este proceder no es privativo de este solo movimiento literario; no otra cosa hicieron los de Florida respecto del modernismo y del sencillismo.”
Sabido es que a fines de 1927 ya no se editó el periódico Martín Fierro y en consecuencia, era insoslayable la disolución del grupo de Florida así como en los años siguientes tampoco se manifestaba el grupo de Boedo.
En la década del ’60, el profesor Carlos R. Giordano destacó que “el año 1930 marca... algo así como la irrupción en la Argentina de la tremenda crisis... También reiteró que “Florida persiguió la renovación puramente artística, en tanto Boedo buscó la transformación social, concibiendo la literatura como un instrumento para lograr esos fines. Es también posible reducir estos dos reformismos a la general “expresión del fracaso y de la soledad espiritual de las capas medias urbanas”... En consecuencia, insiste en que “el golpe del 6 de setiembre sorprendió a los escritores de Boedo tanto como a los martinfierristas. Si habían carecido de conceptos críticos capaces de prever los acontecimientos, era lógico que en un primer momento tampoco pudieran interpretar la magnitud y complejidad de lo que ocurría. El antirradicalismo de Boedo lo precipitó, como afirma Adolfo Prieto en Literatura y subdesarrollo a ‘una imposible luna de miel con la reacción que truncó al gobierno de Irigoyen’; cierto que esta ‘luna de miel’ duró poco, pero ello no la hace menos significativa”. Siguiendo las conclusiones del profesor Carlos Giordano:
Legado de escritores de Boedo...
Si quieren leer algunos textos de los escritores de Boedo...


Nicolás Olivari fue quien convocó a narradores y poetas para integrar ese grupo literario y aunque fue el primero en alejarse, es oportuno que sean sus versos los que inician esta recopilación.
La costurerita que dio aquel mal paso.
“La costurerita que dio aquel mal paso
y lo peor de todo sin necesidad...”
bueno, lo cierto del caso
es que no le ha ido del todo mal.

Tiene un pisito en un barrio apartado,
un collar de perlas y un cucurucho
de bombones; la saluda el encargado
y ese viejo, por cierto, no la molesta mucho.

¡Pobre la costurerita que dio el paso malvado!
Pobre si no lo daba... que aún estaría,
si no tísica del todo, poco le faltaría.

Ríete de los sermones de las solteras viejas;
en la vida, muchacha, no sirven esas consejas,
porque, piensa ¿si te hubieras quedado?
Nicolás Olivari.
De La amada infiel.

Balada de la oficina
Entra. No repares en el sol que dejas en la calle. El sol está caído en la calle como una blanca mancha de cal. Está lamiendo ahora nuestra vereda; esta tarde se irá enfrente. Entra. No repares en el sol. Tienes el domingo para bebértelo todo y golosamente como un vaso de rubia cerveza en una tarde de calor. Hoy, deja el perezoso y contemplativo sol en la calle. Tú, entra. El sol no es serio. Entra. En la calle también está el viento. El viento que corre jugando con los fantasmas. Fantasma él también, pues no se ve con los ojos de la cara, y se le siente. El viento está jugando; ya corriendo una loca carrera por en medio de la calle; ya golpeándose las sienes contra las paredes de las casas; ya deshilándose en las copas de los árboles... f... f... f... f... El viento es juguetón como un recental; esto no es serio. Tú, entra.
Deja en la calle sol, viento, movimiento loco; todo, entra.
¿Qué podrías hacer en la calle? ¿No tienes vergüenza, estúpido sentimental, regodearte con el sol como un anciano blanco, y esqueletoso, y centenario? ¿No te humillas, en tu actual situación de muchacho fornido, dejarte forrar por el viento como una hoja dentro de un remolino?
¡Y la lluvia! No te avergonzaré recordándote que los otros días estuviste tres horas, ¡tres horas!, contemplando tras la vidriera del café, caer y caer y caer, monótonamente, estúpidamente, una larga, monótona y estúpida lluvia. Entra, entra.
Entra; penetra en mi vientre, que no es oscuro, porque, ¡mira cuántos Osram flechan sus luminosos ojos de azufre encendido como pupilas de gata! Penetra en mi carne, y estarás resguardado contra el sol que quema, el viento que golpea, la lluvia que moja y el frío que enferma.
Entra; así tendrás la certeza -que dará paz a tu espíritu, de obtener todos los días pan para la boca de tus pequeñuelos. ¡Tus pequeñuelos, tus hijos, los hijos de tu carne y de tu alma y de la carne y del alma de la compañera que hace contigo el camino! Yo te daré para ellos pan y leche; no temas; mientras tú estés en mi seno y no desgarres las prescripciones que tú sabes; jamás faltará a tus pequeñuelos, ¡los pobres!, ni pan, ni leche, para sus ávidas bocas. Entra; acuérdate de ellos; entra.
Además, cumplirás con tu deber. Tu Deber. ¿Entiendes? El trabajo no deshonra sino que ennoblece. La Vida es un Deber. El hombre ha nacido para trabajar.
Entra; urge trabajar. La vida moderna es complicada como una madeja con la que estuvo jugando un gato joven. Entra; siempre hay trabajo aquí.
No te aburrirás; al contrario, encontrarás con qué matizar tu vida. (Además de que es un Deber.) Entra. Siéntate. Trabaja. Son cuatro horas apenas. Cuatro horas. Pero eso sí; nada de engañifas ni simulaciones ni sofisticaciones. ¡A trabajar! Si tu labor es limpia, exacta y voluntariosa -voluntariosa sobre todo-, los jefes te felicitarán. Tú estás sano; puedes resistir estas cuatro horas. ¿Has visto cómo las has resistido? Ahora vete a almorzar. Y vuelve a hora cabal exacta precisa matemática. ¡Cuidado! Porque si todos se atrasaran se derrumbaría la disciplina y sin disciplina no puede existir nada serio. Otras cuatro horas al día. Nadie se muere trabajando ocho horas diarias. Tú mismo dime: ¿no has estado remando el domingo once o doce horas cansando tus músculos en una labor con el agua que me abstengo de calificar por el ningún rendimiento que se obtiene? ¿Ves tú? ¡Y con inminente peligro de ahogarte! Yo sólo te exijo ocho horas. Y te pago; te visto; te doy de comer. ¡No me lo agradezcas! Yo soy así.
Ahora vete contento. Has cumplido con tu Deber. Ve a tu casa. No te detengas en el camino. Hay que ser serio, honesto, sin vicios. Y vuelve mañana y todos los días durante 25 años; durante los 9.125 días que llegas a mí yo te abriré mi seno de madre; después si no te has muerto tísico te daré la jubilación.
Entonces gozarás del sol y al día siguiente te morirás. ¡Pero habrás cumplido con tu Deber!
Roberto Mariani.
Cuentos de la oficina

Delirio materno
-Mama –dijo Mario, ¿le llevo el perrito al doctor Cucaracha?
-No; todavía no, he dicho. Cuando el animalito tenga unos días más entonces se lo llevamos.
-Pero hoy, indicó don Pedro, con estudiada indiferencia- puedo ir a tirar la perrita en la laguna.
-¿No se le puede dejar un par de días a la madre? –saltó doña María.
-Es peor, el animal se acostumbra y después ¿quién la saca? Doña Matilde dice, además, que la Valentina se puede enfermar con tantos cachorros.
¡Oh!, doña Matilde, ésa también es buena...
El hombre se rascó la cabeza y dijo:
-Pero decime un poco: ¿qué vas a hacer con tantos perros?
(De veras; ¿qué ocurrirá el día que los perros sean más buenos que los hombres?)
-Bueno, bueno; entonces mejor s no tener nada. Si son gallinas, vuelta a vuelta se las roban. Cuando uno empieza a agarrarles cariño, entra un sinvergüenza y las pone en la bolsa. Me gustaría encontrarme una noche con uno de esos, cara a cara. ¡Ibas a ver lo que le decía yo!
-Pero, la perrita, ¿para qué la querés? –preguntó don Pedro. –Nadie se queda con las perritas.
Doña María se apresuró a decir:
-El de la orejita manchada se lo prometí al lavandinero; el otro, el que parece una bolita, es para el doctor Cucaracha, y los otros dos hay que dejárselos al pobre animal para que no sufra más. Cuando sean grandes, se le sacan y ya veremos quién se los lleva.
-Pero la perrita –insistió don Pedro- hay que sacársela ahora para que no la sienta. Si o el animal se va a consumir con tanta cría.
Bueno, ¡qué embromar!, hacé lo que quieras. Me gustaría que te mordiera la mano...
Don Pedro, inexorable, se puso el saco y le indicó a doña María.
-Llamala a la Valentina, así sale afuera.
La mujer tomó un plato con comida y salió de la cocina:
-Valentina... vení.. tomá...
La pobre, la cucha y vivaracha como siempre, pasó por encima de sus cachorros temblorosos, con los ojitos casi cerrados y las trompitas húmedas de leche y corrió hacia donde estaba doña María. Miró con desconfianza a Fidel, advirtiéndole con un gruñido que no debía pasar a la cocina, y empezó a husmear en el plato.
Entretanto, don Pedro buscó la perrita y la ocultó dentro de su saco.
Los tres chicos, que observaban la maniobra, preguntaron.
-Papá, ¿podemos ir a la laguna?
Y... vengan.
Valentina barruntaba el aire inquieta. Fue a darle unos lametazos a la cría y pareció no darse cuenta de la falta.
Doña María masculló entre dientes:
-Es un crimen sacarle al pobre animalito.
-Pero, ¿no ves, sonsa, que ni se da cuenta? –replicó don Pedro, aliviado.
Valentina volvió a correr hacia sus peritos que estaban debajo del aparador de la cocina, se puso sobre ellos con las patas abiertas y asomó la cabeza con una expresión de desafío. Los cachorros, al olor de la madre, buscando con afán las ubres, empezaron a mamar minuciosamente. Pero Valentina volvió a ponerse en movimiento y los perritos rodaron entre sus patas, con mimosos gemidos de protesta. La perrita fue primero a olisquear a Fidel que se quedó inmóvil, de una pieza, con una pata en el aire. Y esto a ella le bastó para conocer sus intenciones, aunque carecía del don de la palabra.
(Todos sabemos que a los retratos de Leonardo da Vinci y a los perros solo les falta hablar.)
Luego, Valentina miró con ojos lastimeros a doña María, hizo una instantánea transición, para rascarse con la pata trasera detrás de la oreja, y fue hacia don Pedro. Levantándose sobre las payas y apoyándose en las rodillas del hombre, estiró el cuello. Su hocico fino y trémulo fisgaba el aire que ceñía a don Pedro. Y ladró dos veces, con un ladrido desafinado, roto. Miró otra vez a todos y volvió agitada a oler sus cachorritos. Fidel se creó en el deber de mostrarle su adhesión con un ladrido corto.
Doña María se enfureció.
-Pero, ¿por qué no se van de una vez en lugar de hacer sufrir así a estos animales? ¿Ustedes se creen que los animales son de piedra, que o tienen corazón... eh? ¡Quiera Dios que nunca te saquen un hijo de tu lado!
Entonces don Pedro se puso sombrío y empezó a caminar, seguido de los chicos. Tomaron por el lado de las vías del tren, por un senderito tortuoso entre grandes matas de cicuta. Y uno se daba cuenta de que la tierra, con todo aquello y con uno mismo, le pertenecía en algún modo.
Mario se atrevió a decir:
-Papá, ¿me la dejás llevar un poco?
Y don Pedro, sin responder, abrió su saco y le dio la perrita. Mario apretó el montoncito sedoso y tibio contra su pecho, encajándola en su cuello y cubriéndola con el mentón.
-Papá –preguntó Alberto, en un tono mezclado de interrogación y reproche-. ¿La vas a matar?
-La va a tirar en la laguna -contestó Pedrito por él.
Ya estaban a un paso del charco. Un hornero saltaba en los cuencos que dejaban en el barro las pisadas del caballo. Un renegrido se había asentado impávido en las ancas del animal. Por encima de la triste cabezota del caballo emergía, de un cielo ceniciento, una distante estrella.

Leónidas Barletta
De Historia de Perros.

Cómo se hizo este libro
La vida
es una sucesión de pequeñeces;
aquilatar el precio de lo íntimo
eso es cosa del Arte.
En este libro
se han detenido los instantes
y las cosas minúsculas,
y se han hecho poemas;
como por esos mundos
se han detenidos los guijarros
y se han formado las montañas.
Gustavo Riccio.
De Un poeta en la ciudad.
La revelación
Veinte años hacía que Segundo Fernández
por la acera de siempre y a tal hora, lo mismo
que si fuese un autómata, caminaba al empleo,
resignado a su vida siempre igual de utensilio.

...Caminaba esa tarde cuando oyó que a su paso
una voz femenina le gritaba a nos niños:
-¡Chicos, pronto al colegio, ya es la hora que pasa
el viejito de luto, pronto, apúrense, chicos!

Y esa tarde -¡esa tarde!- comprendió la tristeza
de su vida monótona; se sintió cual vacío;
trabajó desganado; no comió, pesaroso...
¡Y esa noche en la almohada sollozó como un niño!
Álvaro Yunque
De Versos de la calle.

Lecturas y síntesis: Nidia Orbea de Fontanini.

Información extraída de www.sepaargentina.com.ar

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